jueves, 6 de diciembre de 2012

El sueño de volar

Cambiar el suelo por el cielo. Hacerlo y que el corazón bombee para llenar de vida hasta el último de tus rincones.

Dejar que tu imaginación vuele, junto a ti, sobre esas nubes blancas y espumosas.

Hacer de la caída un baile, mostrando cuán bello puede ser este deporte.

Estirar las piernas, alzarlas para llegar más arriba aún, como una patinadora que envuelve su cuerpo mientras traza un dibujo en el hielo.

Hallar infinitas posibilidades. Tu mente las crea, tus músculos juegan con ellas. Sólo tienes que saltar.

Tener la pose del gimnasta y la gracia del bailarín, que abusa de su flexibilidad dentro o fuera del agua.

Dar vueltas infinitas sin perder el eje, buscando siempre el horizonte que espera al final de tu rutina.

Sentir la soledad entre tus dedos, esa que siempre aparece para ponerte a prueba.

Rendir homenaje a la cámara y al portador silencioso que da sentido a tu danza.

Abrir los brazos, caer con tus muslos sobre el viento. Clásico.

Soñar con volar como también lo hizo Da Vinci.

Bailar sin escrúpulos y hacer de ello lo que quieres que sea.

Abrazar la libertad.





Freestyle 2012 vs. 1992

martes, 27 de noviembre de 2012

Valores


Hoy estoy triste.
Soy catalana y adoro mi tierra. Desde el daliniano Portbou hasta los confines del Ebro. Amo cada uno de los rincones que he recorrido, saboreando los acentos y caprichos del catalán. Sin quererlo pronuncio maresdedèu y macagüenlapells mientras hago mi vida en Madrid. Se me llena la boca al hablar de la cultura catalana y de sus riquezas. De lo que se me anexa solo por haber nacido allí, en ese rinconcito del mundo.

Soy española y quien haya visto mi cara alguna vez sabe que no puedo negarlo. Hija de andaluces, hay algo de árabe perdido en mi gesto. Crecí escuchando flamenco, y bailándolo. Me gustan los atardeceres de Ronda y de la Bahía de Cádiz, y me reconforta amanecer entre encinas y olivares.

Lo siento todo mío. No puedo disociarlo y si me preguntan lo digo. Mi corazón no entiende de escaños ni de mayorías. Supongo que los habrá que les suceda lo mismo con la senyera, y que no encuentren nada suyo en el segundo párrafo de este texto.

Tengo la fortuna de haber crecido entre dos lenguas y ojalá hubieran sido más. Nunca me planteé cuál de las dos era más importante. Nadie me empujó a hacerlo. Todo sumaba.
Los críos no teníamos problemas y, por aquel entonces, los padres tampoco. Mi madre podía  ayudarme con los deberes a pesar de las el.les geminadas. Sin dramas ví como, digui digui en mano, acudía a sus clases con naturalidad e interés. Mi padre no lo hizo, con todo el derecho del mundo, y nunca sintió rechazo alguno por ello. Todo eran, sin ser del todo evidentes, señales de convivencia, respeto y equilibrio.
Siempre me han enseñado que lo bueno, si no puede compartirse, carece de valor. Yo quiero compartir Cataluña con el resto de españoles, de la misma manera que quiero compartir España con el resto del mundo.
No hablo de competencias autonómicas ni de pactos fiscales. No escribiré sobre economía, eso no corresponde a este blog. Hablo de valores. Los que se construyen con el paso de los años y se transmiten de generación en generación. Esos que orientan nuestro comportamiento y dan forma a nuestras relaciones. Detrás del soberanismo exacerbado, del auge independentista y la reivindicación del estado propio, no encuentro ni un valor, ni uno solo, del que vayan a nutrirse nuestros hijos.
Pido por favor que alguien me ilumine.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Té verde

Supongo que habrá quien los deteste, como quien detesta el jazz. Dónde estás, sal de ahí, manifiéstate.
Pues eso, que supongo que existirán desalmados silenciosos que odien el sonido del llamador de ángeles. Yo lo adoro. Cuando cruzo una puerta y me sorprende un tintineo rebelde encima de mi cabeza, que luego desciende y me deja ensimismada analizando el invento. Cuando pasa eso, sé, con toda certeza, que lo que me espera al dar un paso más, al volver la vista abajo, sólo puede ser auténtico. Es mágica la bienvenida del timbre cuando nunca es igual. La composición cambia continuamente  con cada visita.

Rocío, la herbolaria, debe conocer a los clientes por la melodía que producen al pasar. Los habrán enérgicos y decididos, y también tímidos y pausados. Descuidados, torpes, indecisos y elegantes. Curiosos. A saber cómo me habrá clasificado cuando me ha encontrado, con la boca abierta y el mentón elevado, mirando el mencionado timbrecito. En fin.

Ha salido rauda a mi encuentro. Busca mi mirada y no me coge preparada. No aún. Detrás de ella, vislumbro una trastienda para colarse. Un marco sin puerta, con una cortina que cuelga hacia un lado, es el preludio de lo que se cuece ahí dentro. Esos timbres sólo se instalan en los lugares dónde el que atiende es el mismo que enciende los fogones y regula la sal. A lo lejos, se ven estanterías con botes de lata de todos los tamaños y colores. A medio camino, un escritorio en el que se posa una luz tenue con la que se han tenido que hacer muchas cuentas.



Rocío posa sus manos en el mostrador que nos separa. Por su gesto impaciente, caigo en la cuenta de que toca pedir, claro. Lo que ocurre es que sin quererlo ha dirigido mi atención hacia la joya. Noelia, céntrate, me digo.
-"COLA DE CABALLO"-.
Me encanta el té, podría haber empezado por ahí, más sencillo. Pero no, en un sitio como éste, he recordado lo leído hasta la saciedad en todas las revistas de salud, belleza y alternativas de la desesperación ojeadas en peluquerías y dentistas.
-"CUÁNTA"-.
Creo que ha detectado, por el grado de apertura de mis ojos, que no tiene que esperar a que le diga la cantidad. -"QUÉ SE YO...UN POCO"-.
-"VALE. ¿ASI VA BIEN?"-.
Y me enseña un adorable sobrecito blanco en el que se lee "Herbolario Lafuente. Desde 1856". Sonrío y se gira pizpireta a llenar el sobre en el que pienso meter la nariz en cuánto tenga ocasión.

Nada más girarse vuelvo al que debe ser uno de los mostradores más antiguos de Madrid. Son unos ocho centímetros de caoba que, salvo algún revés de la vida, luce impecable. Le rodean decenas de botes, aquí de cristal, que guardan y exponen hierbas de todos los verdes y marrones imaginables. El espacio es pequeño, apenas 15 metros cuadrados, si llegan, en el que se concentran los aromas de plantas medicinales y especias de los cinco continentes. Los estantes, pintados de un claro amarillo, sostienen y elevan la verdadera riqueza de la tierra. Rocío las selecciona y las mezcla con las proporciones que le enseñaron sus padres. Ellos que vendieron lo que recogían en la Casa de Campo, hace ochenta inviernos. Sin ser su negocio, lo vivían y cuidaban como propio, y por eso la família para la que habían trabajado toda su vida, confió en ellos para seguir con lo que no podía terminar. Bueno, por eso y porque ninguno de sus tres hijos varones tuvo descendencia.
Así acabó este rinconcito en manos de Rocío, que se acerca, cola de caballo en mano, y ya antes de llegar me está soltando un "QUÉ MAS".
Ahora sí, Noelia. -"TÉ VERDE"-.




 

martes, 20 de noviembre de 2012

Retrato de una vieja


Mapa de tristezas y alegrías
surcos de una piel olvidada
trazan senderos de tus días
hazañas que han quedado en nada
Las ruinas son color ceniza
melena que tantos vientos mecieron
mientras buscabas el sentido
en cimas, mares y cielos.

Ay María!
Quisieron pocos
algunos pudieron
mientras soñabas
mientras reías
Te imaginaban otros
en los brazos caías

Sobraban las fuerzas
faltaba el  tiempo
pedías más
siempre más
Ahora sólo recuerdas
y lo que quieres es menos
Son brasas humeantes
las que calientan tu suelo

 Ay María!
Pudieron pocos
algunos quisieron
mientras cantabas
mientras sentías
Se volvieron locos
los que en sueños te veían

 Es de noche ahora
y tu alma sombría
meces tu hambre
en la solitaria alcoba
se enfría la sangre
el agua no moja

 Ay María!
Pudiste serlo
quisiste perderlo
mientras pensabas
mientras sufrías
se te fue escapando
lo que más querías




                                       Retrato de una vieja. Giorgione (1477-1510).

Os dejo el retrato de la que podía ser María, una de tantas. Su mirada agotada se me clavó estando yo en la Gallerie della Accademia de Venecia, entre Tizianos y Bellinis, un noviembre como este, siete años atrás. Curiosamente, la plasmó un veneciano que nunca llegaría a viejo, pues moriría a la edad de treinta y cuatro años, según escriben algunos, contagiado de peste por su enamorada.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Bond no quiere jubilarse


Me chifla ver cómo hasta James Bond se afilia a lo antiguo, él que siempre se sirve (o le sirven) de los más avanzados aparatitos tecnológicos. Hoy su mejor gadget es un cuchillo.
Resulta innegable el paso de los años, también en el mito. Es humano, nos cuentan ahora. Y me gusta. Tiene inseguridades, vicios y debilidades. A mi entender, es algo que lo hace imperfecto y, por ello, mucho más real.
Bond vuelve con la misma lealtad de siempre envuelta en un fino papel de experiencia. Sus fuerzas no son las de antes, tampoco lo es su precisión. Pero su decadencia existe sólo para los demás, aquellos que se quedan únicamente con lo que se ve. Inconscientes.

La cinta está impregnada de pretéritos, me niego a pensar que es mi mente la que lo evidencia. En ella se valora, es más, se homenajea a lo viejo. Quiero ver que hasta la chica Bond es vieja. Prácticamente la única mujer que, sin acento exótico, sin curvas exuberantes  ni traslúcidos desnudos tiene un peso significativo en este momento de la vida del agente secreto. Es a ella a quién más protege esta vez, y lo hace como protegiéndose a sí mismo, revelándose contra las jubilaciones anticipadas, destierros forzosos cuando éstas no son deseadas y representan el final de algo que se siente todavía vivo. A otro nivel, sí, y con otro tono,  pero con mucho que aportar, más que decir y, lo que es más importante, todo por enseñar.

Se afeita con cuchilla antigua mientras se reafirma en que, en ocasiones, lo antiguo es lo mejor. Supongo que pensará lo mismo al echarle un trago al Macallan de 50 años que ahora le acompaña.
El pasado le ayuda a creer en un futuro, a pelear por él. Nos enseña su Escocia natal para refugiarse del peligro. A nosotros y a M. Y no es gratuito. Cuando uno enseña sus orígenes lo hace como abriéndose el alma, como diciendo de aquí sale todo lo que soy y todo lo que tengo. Dándole al otro el permiso para escudriñar en la historia, aún sabiendo que no lo hará porque no lo necesita. James Bond nos transporta a la suya conduciendo un Aston Martin del sesenta y pico que, aunque incómodo y lento, provoca un orgasmo de reminiscencia a más de uno. La música, la primera de todas, armoniza el reencuentro.
La destartalada ermita junto a la tumba de sus padres sirve de telón, de cierre. Una despedida como otras que ya hubieron y tantas otras que habrán. Porque Bond, todavía, no quiere jubilarse.


jueves, 25 de octubre de 2012

La huella


Un reloj parado a las doce menos cinco. Quién sabe si del día o de la noche. Quién sabe de qué día o de qué noche.
Araceli, tras una barra con más de un siglo de historia, atiende a los clientes con una meticulosidad pasmosa. Su mirada es lo primero que se encuentran al cruzar cualquiera de las dos puertas que hoy  en día tiene la taberna. Les habla de usted, con un respeto honesto aprendido de sus mayores, seguro. 
Te dejas llevar y te presenta un vino fermentado en canela. Frío, entre dulce y seco.
Coges el vaso y te adentras en el local, mientras con la otra mano sujetas un pincho que te han dado a escoger. Como una niña has sonreido y has dicho: el de cabrales. Cualquiera hubiera estado bien, reconócelo, pero qué momentazo.
A tu alrededor, gente joven sentada en taburetes y sillas de madera, algún banco.  El local resulta tener el mismo regusto que el vino que saboreas. Humilde, genuino, elaborado siguiendo las técnicas de hace 100 años.  Sin azúcares añadidos.
Paredes de azulejo blanco salpicadas de jarras de cerveza y postales de un Madrid antiguo que se han ido acumulando con los años.  Son improvisadas compañeras de mi escarceo.
Los clientes siguen entrando y yo me vuelvo a la barra, a compartirla con Araceli . No resulta fácil entrar en su corazón. Está subida en la tarima, presidiendo el lugar. Deja la labor de relaciones públicas a su marido Alfonso, quien gustoso de sentirse escuchado, empieza a contarte lo que le pides.

- Los bisabuelos de Araceli montaron esto en 1880, cuando Madrid acababa en la glorieta de Bilbao-. Son la cuarta generación de esta família de taberneros y tienen asumido que se perderá. Pero yo no me lo creo. 
- No tenemos hijos, Araceli no pudo - . Entonces me habla de tres chicas que se han hecho mujeres entre esos muros. - Las quiero como si fueran mías, ellas serán mis herederas- . Cuando profundizamos me  detalla su magnetismo, la transparencia en sus miradas,  su nobleza. – Cualidades que no se ven en todas las personas- .

-Quién quiera montar algo, si es verdad que quiere, yo le ayudo. Le cuento hasta la fórmula de nuestro vermú.  Esto es una manera de vivir, te tiene que gustar la gente, la vida real - .Y a Alfonso se ve que le gusta. Y mucho.

Me cuenta que conoció a Araceli apoyado en el mismo trozo de barra en el que yo me encuentro. Que se enamoró y no se lo pensó dos veces: “ ¿tiene usted un poco de tiempo la semana que viene, para casarse conmigo?Noelia – me dice-  si tienes delante algo que es bueno, tienes que ir a por ello- .  

Desde entonces regentan este pequeño remanso de antigüedad en uno de los barrios más cool de la capital.  Veinticuatro horas al día juntos y su casa en el piso de arriba. 
- Hay días que no salimos, aquí está nuestra vida y no queremos otra. Somos libres y felices-.  Es el mundo el que les visita. 

El ruido de los coches son el trasfondo de su discurso. Las puertas siempre están abiertas y el bar y la calle se mezclan en un todo. El cuello de Alfonso se estira para llegar a cada cliente, sin dejar de buscarme – Pueden sentarse donde gusten, adelante - .  Hace un gesto como disculpándose. – Enseguida vuelvo contigo, niña- .

Todo esto ha empezado hace ya una hora, cuando prácticamente me resignaba a reconocer que no había escogido el mejor momento para charlar con la pareja, y me limitaba a observar.  Eran las nueve de la noche y estábamos en plena hora punta. Al final, sin quererlo,  les he arrancado unas historias, y ahora me acaban invitando al cuarto vaso.

Araceli, dos Valdepeñas, reina -. Y retoma la idea donde la dejó: - No tenemos tiempo ni de leer, eso si que es una pena -. Ella es farmaceutica de formación y el economista. Heredaron el negocio  y se entregaron a él – . Todas las compañeras de facultad de Araceli tienen farmacias por el barrio, pero nosotros no- . Me sonríe, cómplice. Le digo que aquí dispensan, sin duda,  la mejor de las medicinas.
Alfonso podía haberse quedado entre los cojines de una vida más cómoda, en su barrio de Salamanca. – Araceli era una mujer muy triste, y yo un infeliz en un mundo de infelices- . Ahora le brillan los ojos mientras me habla.
Esta mañana, de camino al trabajo, había anotado algunas preguntas que no quería olvidarme. Pero se quedan la mitad sin contestar porque no hace falta ni formularlas. Le dejo seguir.
- Muchas parejas se han conocido aquí – dice orgulloso. - Algunos ya vienen con sus hijos y recordamos juntos viejos momentos.  Es muy bonito ver cómo los acontecimientos se desarrollan ante tus ojos-.


Con cuatro copas de vino, ahora Valdepeñas, ahora vermú, ahora lo que venga, intento imaginármelos con otro oficio y no puedo. Ellos tampoco. – El dinero viene y va, lo material se compra y se vende, pero cuando no queda carne, ni queda hueso, sólo queda eso- .  La huella. 



jueves, 18 de octubre de 2012

Tan joven y tan vieja


La primera vez que oí hablar de ella fue sentada en la barra de un bar en la calle Padilla con Travessera. Me la nombró un chaval de 13 años que luego resultó ser un sorprendente saxofonista semiprofesional. Cuando empezó a hablar de música, supe que tenía que dejar lo que estaba haciendo para arrugar los ojos y estirar las orejas. Andrea Motis forma parte, igual que él, de una banda de musica creada por y para disfrutar del jazz. Con la particularidad de que está formada por niños o, más bien preadolescentes, como los llamamos ahora. Son La Sant Andreu Jazz Band: unos cuantos mocosos que se entretienen haciendo vibrar al personal.

Hay que ver lo antiguo que suena el jazz. Y como pega cuando sale de Andrea. Si cierras los ojos, su voz puede transportarte a los años 30, cuando los músicos eran prodigios de la improvisación y sus grabaciones el producto de ésta. Cuando nacían las primeras jam y con ellas la libertad de crear conjuntamente y en tiempo real. 
Es maravilloso ver que la música puede salir de alguien tan pequeño y hacerle tan grande. Me pregunto como puede decir tanto, si casi no le ha dado tiempo a vivir lo que transmite. 
No sabes si prefieres que suelte la trompeta o el saxo, o lo que quiera que caiga en sus manos, y que te enseñe ese hilo de voz interminable, o que no lo suelte y siga despertándote el ritmo con esa montaña rusa acústica que es capaz de producir.

Bravo Andrea Motis

lunes, 15 de octubre de 2012

Mar de chocolate


Cuando uno regresa a la CIUDAD donde se ha criado reconoce un aire diferente en su forma de mirar. Digamos que, engullido por la rutina de un espacio, se acaba MIRANDO SIN VER. Sale de su casa y busca con la curiosidad en la solapa, pero no lo hace cuando está dentro.De la mano de dos amigos, de esos de TODA LA VIDA, me dejo llevar Ramblas abajo como ganada por un torrente. Pasada la Virreina, cruzamos al paseo central con la barbilla apuntando al cielo. El sol aún se cuela entre las copas de los plátanos y una brisa suave nos trae un PERFUME DE SAL. Seguimos bajando hasta encontrar, entre la Boqueria y el Liceu, como si de otro emblema se tratara, la fachada esquinera de la pastelería Escribà. MODERNISTA SUBLIME, aparece como un preciado oasis en medio del desierto. 





Observando los inabarcables motivos de su portada me da por pensar en Mateu. Como CIEN AÑOS ATRÁS, cuando aún no se les llamaba emprendedores, decidió que no repartiría más carbón en aquella tenebrosamente bella Barcelona. Y abrió la fábrica de los sueños para construirse los suyos. Ya en la segunda generación llegó la elevación artística, EL PRESTIGIO. Muchos dicen que el sabor siguió siendo el mismo. Nos sentamos en la única mesa libre del reducido salón, mientras me embriaga un olor al que quiero pegarme. Vidrieras de colores mistifican la experiencia y una gran cajonera de madera maciza preside el pasillo tras el mostrador. En ella hay CAJONES QUE NO CIERRAN.Los ojos reciben, la cabeza piensa. Opulentos bizcochos y dorados cruasanes se exhiben. Bombones, mousses y tartas que han aprendido a hablar, ahora me susurran al unísono. Es hora de adentrarse, de degustar. Deleitarse con ese PAISAJE DULCE sobre un mar de chocolate.






jueves, 11 de octubre de 2012

Amas la vida


Amas la vida
a ella te aferras
Como un impulso
evitas la huida
casi sin saberlo
Y no te dejas

Tu mente espera
tu cuerpo aguanta
Párpado que cae
otra vez se levanta

Crees que merece la pena
respiras, respiras
Es lo único que te queda
No hay dolor
No hay heridas
Sólo unos años a cuestas
Amas la vida
a ella te aferras

lunes, 8 de octubre de 2012

Música y ruinas

En realidad el amor por lo viejo solo cobra sentido al entrelazarse con la maraña de vida de un tiempo presente. En ocasiones una se lo encuentra por casualidad, entre las prisas del día, y nota como la emoción la inunda ante la fortuna de haberlo descubierto. Hay que reconocer que otras veces se sale a buscar con toda la intencionalidad que se puede reunir. No resulta muy difícil en este Madrid incansable.
Es ante un martes que amenaza rutina que me lanzo a evitarlo. Una fresca noche de octubre que me concede un rincón sólo para mí. Lo cierto es que hay más gente, pero yo cierro los ojos y los hago desaparecer sin remordimientos.

 Alegría esboza unos acordes en un patio interior, de esos contemporáneos, de líneas rectas e industriales. Que si acero y madera, que si cristal y cemento. Vale, sin problema. Me servirá de contrapunto, lo que decíamos antes. Alegría ya no esboza, ahora pinta sublime sobre un escenario mínimo. Es curioso eso de llamarse alegría y tocar el violonchelo, que más que hablarte te llora. Abre con Casals y Bach, es entonces cuando el roce de las cuerdas me retuerce y me eleva, lentamente. Ahora Falla y Schubert, y muchos otros que tanto nos dejaron. Y es ella quien me los recuerda detrás del instrumento, abrazándose a él y enseñándome el motivo de su pasión.



En el descanso aprovecho para escudriñar el espacio. La actual sede del Colegio de Arquitectos me sorprende con un vestigio que, sin ser especialmente bonito, me resulta conmovedor. En una de sus caras, la fachada de la calle Hortaleza, se erigen las tres puertas de la iglesia que allí existió, la de las escuelas Pías de San Antón, antiguo hospital de leprosos. Elijo mi preferida y me detengo en su cuarteado, huellas que el tiempo ha dejado en su tez. Hago lo mismo con
los escalones de acceso, desgastados por un uso ya olvidado. Me pregunto cuántos pasos se darían, y qué buscarían en ese lugar.




Alzando la vista me da por pensar qué maravillas no me estaré perdiendo por no hacerlo más a menudo.


 El chelo de Alegría suena de nuevo y yo vuelvo a ella. Sigo a esa música que sabe a ruinas. Sonidos que aparecieron precisamente en la misma época en la que se levantaba esa iglesia. Hoy, delante de mis narices, han vuelto a reunirse.


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 Si quieres más...


- De cómo lo viejo se mezcla con lo nuevo. Chelo y Metallica

http://www.youtube.com/watch?v=Yg9mzGocps8

- De ese que llora



-  Del dibujo y el artista


 - De esa iglesia