jueves, 18 de octubre de 2012

Tan joven y tan vieja


La primera vez que oí hablar de ella fue sentada en la barra de un bar en la calle Padilla con Travessera. Me la nombró un chaval de 13 años que luego resultó ser un sorprendente saxofonista semiprofesional. Cuando empezó a hablar de música, supe que tenía que dejar lo que estaba haciendo para arrugar los ojos y estirar las orejas. Andrea Motis forma parte, igual que él, de una banda de musica creada por y para disfrutar del jazz. Con la particularidad de que está formada por niños o, más bien preadolescentes, como los llamamos ahora. Son La Sant Andreu Jazz Band: unos cuantos mocosos que se entretienen haciendo vibrar al personal.

Hay que ver lo antiguo que suena el jazz. Y como pega cuando sale de Andrea. Si cierras los ojos, su voz puede transportarte a los años 30, cuando los músicos eran prodigios de la improvisación y sus grabaciones el producto de ésta. Cuando nacían las primeras jam y con ellas la libertad de crear conjuntamente y en tiempo real. 
Es maravilloso ver que la música puede salir de alguien tan pequeño y hacerle tan grande. Me pregunto como puede decir tanto, si casi no le ha dado tiempo a vivir lo que transmite. 
No sabes si prefieres que suelte la trompeta o el saxo, o lo que quiera que caiga en sus manos, y que te enseñe ese hilo de voz interminable, o que no lo suelte y siga despertándote el ritmo con esa montaña rusa acústica que es capaz de producir.

Bravo Andrea Motis

lunes, 15 de octubre de 2012

Mar de chocolate


Cuando uno regresa a la CIUDAD donde se ha criado reconoce un aire diferente en su forma de mirar. Digamos que, engullido por la rutina de un espacio, se acaba MIRANDO SIN VER. Sale de su casa y busca con la curiosidad en la solapa, pero no lo hace cuando está dentro.De la mano de dos amigos, de esos de TODA LA VIDA, me dejo llevar Ramblas abajo como ganada por un torrente. Pasada la Virreina, cruzamos al paseo central con la barbilla apuntando al cielo. El sol aún se cuela entre las copas de los plátanos y una brisa suave nos trae un PERFUME DE SAL. Seguimos bajando hasta encontrar, entre la Boqueria y el Liceu, como si de otro emblema se tratara, la fachada esquinera de la pastelería Escribà. MODERNISTA SUBLIME, aparece como un preciado oasis en medio del desierto. 





Observando los inabarcables motivos de su portada me da por pensar en Mateu. Como CIEN AÑOS ATRÁS, cuando aún no se les llamaba emprendedores, decidió que no repartiría más carbón en aquella tenebrosamente bella Barcelona. Y abrió la fábrica de los sueños para construirse los suyos. Ya en la segunda generación llegó la elevación artística, EL PRESTIGIO. Muchos dicen que el sabor siguió siendo el mismo. Nos sentamos en la única mesa libre del reducido salón, mientras me embriaga un olor al que quiero pegarme. Vidrieras de colores mistifican la experiencia y una gran cajonera de madera maciza preside el pasillo tras el mostrador. En ella hay CAJONES QUE NO CIERRAN.Los ojos reciben, la cabeza piensa. Opulentos bizcochos y dorados cruasanes se exhiben. Bombones, mousses y tartas que han aprendido a hablar, ahora me susurran al unísono. Es hora de adentrarse, de degustar. Deleitarse con ese PAISAJE DULCE sobre un mar de chocolate.