jueves, 25 de octubre de 2012

La huella


Un reloj parado a las doce menos cinco. Quién sabe si del día o de la noche. Quién sabe de qué día o de qué noche.
Araceli, tras una barra con más de un siglo de historia, atiende a los clientes con una meticulosidad pasmosa. Su mirada es lo primero que se encuentran al cruzar cualquiera de las dos puertas que hoy  en día tiene la taberna. Les habla de usted, con un respeto honesto aprendido de sus mayores, seguro. 
Te dejas llevar y te presenta un vino fermentado en canela. Frío, entre dulce y seco.
Coges el vaso y te adentras en el local, mientras con la otra mano sujetas un pincho que te han dado a escoger. Como una niña has sonreido y has dicho: el de cabrales. Cualquiera hubiera estado bien, reconócelo, pero qué momentazo.
A tu alrededor, gente joven sentada en taburetes y sillas de madera, algún banco.  El local resulta tener el mismo regusto que el vino que saboreas. Humilde, genuino, elaborado siguiendo las técnicas de hace 100 años.  Sin azúcares añadidos.
Paredes de azulejo blanco salpicadas de jarras de cerveza y postales de un Madrid antiguo que se han ido acumulando con los años.  Son improvisadas compañeras de mi escarceo.
Los clientes siguen entrando y yo me vuelvo a la barra, a compartirla con Araceli . No resulta fácil entrar en su corazón. Está subida en la tarima, presidiendo el lugar. Deja la labor de relaciones públicas a su marido Alfonso, quien gustoso de sentirse escuchado, empieza a contarte lo que le pides.

- Los bisabuelos de Araceli montaron esto en 1880, cuando Madrid acababa en la glorieta de Bilbao-. Son la cuarta generación de esta família de taberneros y tienen asumido que se perderá. Pero yo no me lo creo. 
- No tenemos hijos, Araceli no pudo - . Entonces me habla de tres chicas que se han hecho mujeres entre esos muros. - Las quiero como si fueran mías, ellas serán mis herederas- . Cuando profundizamos me  detalla su magnetismo, la transparencia en sus miradas,  su nobleza. – Cualidades que no se ven en todas las personas- .

-Quién quiera montar algo, si es verdad que quiere, yo le ayudo. Le cuento hasta la fórmula de nuestro vermú.  Esto es una manera de vivir, te tiene que gustar la gente, la vida real - .Y a Alfonso se ve que le gusta. Y mucho.

Me cuenta que conoció a Araceli apoyado en el mismo trozo de barra en el que yo me encuentro. Que se enamoró y no se lo pensó dos veces: “ ¿tiene usted un poco de tiempo la semana que viene, para casarse conmigo?Noelia – me dice-  si tienes delante algo que es bueno, tienes que ir a por ello- .  

Desde entonces regentan este pequeño remanso de antigüedad en uno de los barrios más cool de la capital.  Veinticuatro horas al día juntos y su casa en el piso de arriba. 
- Hay días que no salimos, aquí está nuestra vida y no queremos otra. Somos libres y felices-.  Es el mundo el que les visita. 

El ruido de los coches son el trasfondo de su discurso. Las puertas siempre están abiertas y el bar y la calle se mezclan en un todo. El cuello de Alfonso se estira para llegar a cada cliente, sin dejar de buscarme – Pueden sentarse donde gusten, adelante - .  Hace un gesto como disculpándose. – Enseguida vuelvo contigo, niña- .

Todo esto ha empezado hace ya una hora, cuando prácticamente me resignaba a reconocer que no había escogido el mejor momento para charlar con la pareja, y me limitaba a observar.  Eran las nueve de la noche y estábamos en plena hora punta. Al final, sin quererlo,  les he arrancado unas historias, y ahora me acaban invitando al cuarto vaso.

Araceli, dos Valdepeñas, reina -. Y retoma la idea donde la dejó: - No tenemos tiempo ni de leer, eso si que es una pena -. Ella es farmaceutica de formación y el economista. Heredaron el negocio  y se entregaron a él – . Todas las compañeras de facultad de Araceli tienen farmacias por el barrio, pero nosotros no- . Me sonríe, cómplice. Le digo que aquí dispensan, sin duda,  la mejor de las medicinas.
Alfonso podía haberse quedado entre los cojines de una vida más cómoda, en su barrio de Salamanca. – Araceli era una mujer muy triste, y yo un infeliz en un mundo de infelices- . Ahora le brillan los ojos mientras me habla.
Esta mañana, de camino al trabajo, había anotado algunas preguntas que no quería olvidarme. Pero se quedan la mitad sin contestar porque no hace falta ni formularlas. Le dejo seguir.
- Muchas parejas se han conocido aquí – dice orgulloso. - Algunos ya vienen con sus hijos y recordamos juntos viejos momentos.  Es muy bonito ver cómo los acontecimientos se desarrollan ante tus ojos-.


Con cuatro copas de vino, ahora Valdepeñas, ahora vermú, ahora lo que venga, intento imaginármelos con otro oficio y no puedo. Ellos tampoco. – El dinero viene y va, lo material se compra y se vende, pero cuando no queda carne, ni queda hueso, sólo queda eso- .  La huella.