• Porque a ratos te aburres en el trabajo. Sí, últimamente formas parte de ese colectivo, reconócelo. No pasa nada. Eso no es el fracaso.
• Porque has vuelto a escribir cuatro frases en facebook y tu madre te pide que sigas haciéndolo. A una madre nunca se le niega nada, y menos ahora que estás lejos.
• Porque en el colegio te aprobaban por pena la asignatura de dibujo y manualidades, pero siempre te pedían que escribieras algo en aquella revista acromática y frágil, maquetada a base de fotocopias.
• Porque te sirve para ordenar tu mente, ese cúmulo de conexiones neuronales a las que tu cráneo protege desinteresadamente. Escribir pone el tempo a esa bola de pelusa que crece con arritmia cuando llevas tiempo sin hacerlo.
• Porque pronto hará un año que tu vida cambió. O que cambiaste tu vida. Y es tu manera de celebrarlo, un autorregalo.
• Porque has descubierto que como más se aprende es teniendo curiosidad, ganas de experimentar. Ahora eres la rata y el científico.
• Porque te sale la ilusión por las orejas, no sabes qué hacer con tanta. Te sientes hasta mal por no compartirla.
• Porque quieres comprobar por ti misma si son ciertas esas alentadoras palabras que pronuncian aquellos que te quieren, cuando comentas la idea: “un blog exige dedicación”, “tienes que ser constante”, “si lo empiezas, no es para dejarlo”, “piensa bien lo que quieres decir y a quien vas a dirigirte”. Joder.
• Porque has encontrado la manera, el nexo. Y quieres verlo funcionando.
• Porque, como dijo Oscar Wilde, para escribir sólo es necesario tener algo que decir, y hacerlo.
