miércoles, 21 de noviembre de 2012

Té verde

Supongo que habrá quien los deteste, como quien detesta el jazz. Dónde estás, sal de ahí, manifiéstate.
Pues eso, que supongo que existirán desalmados silenciosos que odien el sonido del llamador de ángeles. Yo lo adoro. Cuando cruzo una puerta y me sorprende un tintineo rebelde encima de mi cabeza, que luego desciende y me deja ensimismada analizando el invento. Cuando pasa eso, sé, con toda certeza, que lo que me espera al dar un paso más, al volver la vista abajo, sólo puede ser auténtico. Es mágica la bienvenida del timbre cuando nunca es igual. La composición cambia continuamente  con cada visita.

Rocío, la herbolaria, debe conocer a los clientes por la melodía que producen al pasar. Los habrán enérgicos y decididos, y también tímidos y pausados. Descuidados, torpes, indecisos y elegantes. Curiosos. A saber cómo me habrá clasificado cuando me ha encontrado, con la boca abierta y el mentón elevado, mirando el mencionado timbrecito. En fin.

Ha salido rauda a mi encuentro. Busca mi mirada y no me coge preparada. No aún. Detrás de ella, vislumbro una trastienda para colarse. Un marco sin puerta, con una cortina que cuelga hacia un lado, es el preludio de lo que se cuece ahí dentro. Esos timbres sólo se instalan en los lugares dónde el que atiende es el mismo que enciende los fogones y regula la sal. A lo lejos, se ven estanterías con botes de lata de todos los tamaños y colores. A medio camino, un escritorio en el que se posa una luz tenue con la que se han tenido que hacer muchas cuentas.



Rocío posa sus manos en el mostrador que nos separa. Por su gesto impaciente, caigo en la cuenta de que toca pedir, claro. Lo que ocurre es que sin quererlo ha dirigido mi atención hacia la joya. Noelia, céntrate, me digo.
-"COLA DE CABALLO"-.
Me encanta el té, podría haber empezado por ahí, más sencillo. Pero no, en un sitio como éste, he recordado lo leído hasta la saciedad en todas las revistas de salud, belleza y alternativas de la desesperación ojeadas en peluquerías y dentistas.
-"CUÁNTA"-.
Creo que ha detectado, por el grado de apertura de mis ojos, que no tiene que esperar a que le diga la cantidad. -"QUÉ SE YO...UN POCO"-.
-"VALE. ¿ASI VA BIEN?"-.
Y me enseña un adorable sobrecito blanco en el que se lee "Herbolario Lafuente. Desde 1856". Sonrío y se gira pizpireta a llenar el sobre en el que pienso meter la nariz en cuánto tenga ocasión.

Nada más girarse vuelvo al que debe ser uno de los mostradores más antiguos de Madrid. Son unos ocho centímetros de caoba que, salvo algún revés de la vida, luce impecable. Le rodean decenas de botes, aquí de cristal, que guardan y exponen hierbas de todos los verdes y marrones imaginables. El espacio es pequeño, apenas 15 metros cuadrados, si llegan, en el que se concentran los aromas de plantas medicinales y especias de los cinco continentes. Los estantes, pintados de un claro amarillo, sostienen y elevan la verdadera riqueza de la tierra. Rocío las selecciona y las mezcla con las proporciones que le enseñaron sus padres. Ellos que vendieron lo que recogían en la Casa de Campo, hace ochenta inviernos. Sin ser su negocio, lo vivían y cuidaban como propio, y por eso la família para la que habían trabajado toda su vida, confió en ellos para seguir con lo que no podía terminar. Bueno, por eso y porque ninguno de sus tres hijos varones tuvo descendencia.
Así acabó este rinconcito en manos de Rocío, que se acerca, cola de caballo en mano, y ya antes de llegar me está soltando un "QUÉ MAS".
Ahora sí, Noelia. -"TÉ VERDE"-.




 

1 comentario:

  1. Has pensado en escribir........ porque realmente eres buena

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