jueves, 4 de abril de 2013

"Ya no hay hombres como los de antes"



Él lleva sombrero los días de frío y te ofrece su brazo para pasear sin rumbo fijo. En el camino, ese que compartimos,  escuchas sus historias mientras le miras de reojo para observar cómo le cambia el gesto con cada recuerdo.  Sus pasos se detienen cuando algo que merece ser comentado se nos cruza. O son todas esas cosas las que se paran ante su presencia, a ratos traviesa, a ratos serena.

Él dibuja con todo detalle lo que te cuenta. Sin haberlas vivido, sientes cerca las aventuras y las heridas. De su mano recorres paisajes que nunca has pisado y conoces a los suyos, que ya son tuyos también.

Él regala flores para alegrarte el día y te escribe una nota que guardas junto al resto. Luego disfruta contigo del olor que desprenden y te enseña a cuidarlas, y a contemplarlas.

Él pinta tus labios de rojo con la delicadeza de quién se acerca a un lienzo a diario. Le pone el color a la vida, la gracia a la sonrisa.

Él te sienta en sus rodillas y te canta un tango al oído. Sin saber cuánto tiempo llevabas dormida, te despierta para hacerte llorar sin tristeza y elevar cada poro de tu piel.

Él te endulza el ánimo con bombones que se acaban antes de lo debido. Mientras abres con ansiedad la cajita, notas que busca tu euforia porque ése es su regalo.

Él te abre la puerta del coche cuando tú ni habías considerado seriamente esa posibilidad. De repente, tres pájaros levantan con su pico la cola de tu vestido y crees haberte colado en un cuento de hadas.

Él te cocina abriendo mil botes de especias y combinándolas a la perfección sólo con olerlas. Así  declara días de “tu siéntate que yo me encargo” cuando más los necesitas.

Él hace posible que toda la vida sea muy poco tiempo. Pero todo nuestro.

Él es la excepción que confirma la regla. “Ya no hay hombres como los de antes”, me dicen. Y yo sólo puedo reírme.