Un reloj parado a las doce
menos cinco. Quién sabe si del día o de la noche. Quién sabe de qué día o de
qué noche.
Araceli, tras una barra con
más de un siglo de historia, atiende a los clientes con una meticulosidad
pasmosa. Su mirada es lo primero que se encuentran al cruzar cualquiera de las
dos puertas que hoy en día tiene
la taberna. Les habla de usted, con un respeto honesto aprendido de sus
mayores, seguro.
Te dejas llevar y te presenta
un vino fermentado en canela. Frío, entre dulce y seco.
Coges el vaso y te adentras
en el local, mientras con la otra mano sujetas un pincho que te han dado a
escoger. Como una niña has sonreido y has dicho: el de cabrales. Cualquiera hubiera estado bien, reconócelo, pero qué momentazo.
A tu alrededor, gente joven
sentada en taburetes y sillas de madera, algún banco. El local resulta tener el mismo regusto que el vino que
saboreas. Humilde, genuino, elaborado siguiendo las técnicas de hace 100
años. Sin azúcares añadidos.
Paredes de azulejo blanco
salpicadas de jarras de cerveza y postales de un Madrid antiguo que se han ido
acumulando con los años. Son
improvisadas compañeras de mi escarceo.
Los clientes siguen entrando
y yo me vuelvo a la barra, a compartirla con Araceli . No resulta fácil entrar
en su corazón. Está subida en la tarima, presidiendo el lugar. Deja la labor de
relaciones públicas a su marido Alfonso, quien gustoso de sentirse escuchado,
empieza a contarte lo que le pides.
- Los bisabuelos de Araceli montaron esto en 1880, cuando Madrid acababa
en la glorieta de Bilbao-. Son la cuarta generación de esta família de
taberneros y tienen asumido que se perderá. Pero yo no me lo creo.
- No tenemos hijos, Araceli no pudo - . Entonces me habla de tres
chicas que se han hecho mujeres entre esos muros. - Las quiero como si fueran mías, ellas serán mis herederas- . Cuando
profundizamos me detalla su
magnetismo, la transparencia en sus miradas, su nobleza. – Cualidades que no se ven en todas las personas- .
-Quién quiera montar algo, si es verdad que quiere, yo le ayudo. Le
cuento hasta la fórmula de nuestro vermú. Esto es una manera de vivir, te tiene que gustar la gente, la
vida real - .Y a Alfonso se ve que le gusta. Y mucho.
Me cuenta que conoció a
Araceli apoyado en el mismo trozo de barra en el que yo me encuentro. Que se
enamoró y no se lo pensó dos veces: “ ¿tiene
usted un poco de tiempo la semana que viene, para casarse conmigo? – Noelia
– me dice- si tienes delante algo
que es bueno, tienes que ir a por ello- .
Desde entonces regentan este
pequeño remanso de antigüedad en uno de los barrios más cool de la capital. Veinticuatro horas al día juntos y su
casa en el piso de arriba.
- Hay días que no salimos, aquí está nuestra
vida y no queremos otra. Somos libres y felices-. Es el mundo el que les visita.

El ruido de los
coches son el trasfondo de su discurso. Las puertas siempre están abiertas y
el
bar y la calle se mezclan en un todo. El cuello de Alfonso se estira para
llegar a cada cliente, sin dejar de buscarme –
Pueden sentarse donde gusten, adelante - . Hace un gesto como disculpándose. –
Enseguida vuelvo contigo, niña- .
Todo esto ha
empezado hace ya una hora, cuando prácticamente me resignaba a reconocer que no
había escogido el mejor momento para charlar con la pareja, y me limitaba a
observar. Eran las nueve de la noche
y estábamos en plena hora punta. Al final, sin quererlo, les he arrancado unas historias, y
ahora me acaban invitando al cuarto vaso.
– Araceli, dos Valdepeñas, reina -. Y
retoma la idea donde la dejó: - No tenemos tiempo ni de leer, eso si que es
una pena -. Ella es farmaceutica de formación y el economista. Heredaron el
negocio y se entregaron a él – . Todas las compañeras de facultad de Araceli
tienen farmacias por el barrio, pero nosotros no- . Me sonríe, cómplice. Le
digo que aquí dispensan, sin duda, la mejor de las medicinas.
Alfonso podía
haberse quedado entre los cojines de una vida más cómoda, en su barrio de
Salamanca. – Araceli era una mujer muy
triste, y yo un infeliz en un mundo de infelices- . Ahora le brillan los
ojos mientras me habla.
Esta
mañana, de camino al trabajo, había anotado algunas preguntas que no quería olvidarme. Pero se quedan la
mitad sin contestar porque no hace falta ni formularlas. Le dejo seguir.
- Muchas parejas se han conocido aquí –
dice orgulloso. - Algunos ya vienen con
sus hijos y recordamos juntos viejos momentos. Es muy bonito ver cómo los acontecimientos se desarrollan
ante tus ojos-.
Con cuatro copas de vino, ahora
Valdepeñas, ahora vermú, ahora lo que venga, intento imaginármelos con otro
oficio y no puedo. Ellos tampoco. – El
dinero viene y va, lo material se compra y se vende, pero cuando no queda
carne, ni queda hueso, sólo queda eso- . La huella.